VICIOS PRIVADOS, VIRTUDES PÚBLICAS
Todavía se cuela la religión, insistente, en nuestras vidas, como si fuera una tradición que deba perpetuarse. Esa práctica se inició con nuestros abuelos en la edad media, cuando esto aún era un solar yermo, y ellos tuvieron que librar su guerra aferrados a la religión como única señal colectiva de identidad. De eso hace más de quinientos años y aún dura. La última guerra tiene mucha culpa de eso. Con la derrota se revalidó el pasado más sombrío, el más tétrico de nuestra historia, la carcoma de buenos y malos cristianos, sin alternativas en lo de creer. Nos obligaron a comulgar a todos con las convicciones de unos pocos. Por esa imposición, yo, la dejé.
¡Como si lo que preferís es adorar al diablo en vuestras manifestaciones!, eso no me preocupa, pero ocupáis toda la calle con vuestras virtudes y eso me molesta. Retened en el ámbito privado esas prácticas religiosas, recataos, cortaros un poco en la inmodestia.
Ocupáis los espacios comunes, nos desposeéis de ellos ofreciendo un espectáculo de las exaltaciones de vuestra fe, como si os fuese en ello la vida. Frente a vosotros no tengo ningún derecho, permitidme que me queje de vuestra semana santa.
No quiero ver penitentes que purgan en público sus pecados como si fuera un acto de fe medieval. No tengo esa necesidad. No quiero la sangre, ni me dicen nada esas lágrimas hipócritas que tan fácilmente obtienen las televisiones, ni las crucifixiones de cartón piedra, o las reales por muy extasiadas o filipinas que sean.
Sólo quiero que me dejéis disfrutar esos días de alivio entre viajes y buñuelos preocupado sólo por las monas de mi ahijado.
¡Como si lo que preferís es adorar al diablo en vuestras manifestaciones!, eso no me preocupa, pero ocupáis toda la calle con vuestras virtudes y eso me molesta. Retened en el ámbito privado esas prácticas religiosas, recataos, cortaros un poco en la inmodestia.
Ocupáis los espacios comunes, nos desposeéis de ellos ofreciendo un espectáculo de las exaltaciones de vuestra fe, como si os fuese en ello la vida. Frente a vosotros no tengo ningún derecho, permitidme que me queje de vuestra semana santa.
No quiero ver penitentes que purgan en público sus pecados como si fuera un acto de fe medieval. No tengo esa necesidad. No quiero la sangre, ni me dicen nada esas lágrimas hipócritas que tan fácilmente obtienen las televisiones, ni las crucifixiones de cartón piedra, o las reales por muy extasiadas o filipinas que sean.
Sólo quiero que me dejéis disfrutar esos días de alivio entre viajes y buñuelos preocupado sólo por las monas de mi ahijado.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada