Al servicio del pueblo
Desempeñar un papel de líder o prócer dentro de un partido político es cargo de confianza, se les forma para ello, se invierten medios e ideología para construir políticos parciales, resaltando unos valores normales como si fuesen de superhombre.
En los carteles de propaganda muestran lo mejor que tienen, quieren que esa sea la imagen que miremos con buenos ojos. Los partidos dicen que nos ofrecen al mejor, una especie de néctar destilado entre los miembros de elite, extraído de los mejores colegios, de la mejor enseñanza. Son una garantía de que con ellos nada puede fallar. Ese será su gran número uno, el que nunca se equivoca, en aquel que se invierten todos los anhelos y esperanzas. Como si de un héroe de la antigua Grecia se tratara, lo elevan a una posición social equidistante entre Dios y los hombres.
Con sólo mostrarnos la fotografía, que no es garantía de nada, quieren convencernos de su magnificencia y cualidades, pero les molesta e inquieta que pensemos en su gestión y cuando se les pide el débito, o bien no lo dan, o en el peor de los caos intentan embaucarnos con un discurso aleccionador y vacío que puede volverse, si no se anda con ojo contra el ciudadano, al que patearán verbalmente si inquiere responsabilidades políticas.
Por esa razón no asumen sus equivocaciones, porque si alguien comienza a hacerlo, que es una forma higiénica de hacer política, y resulta normal en algunas democracias, el pueblo soberano adquiere una peligrosa conciencia de lo que en realidad significa la frase de “al servicio del pueblo”, más aún cuando se empeñan denodadamente en esconder con montañas de palabras, muchas veces sin sentido, la realidad de estar gestionando una propiedad empresarial.
Parece ser que el no reconocer los errores políticos propios, los ajenos se merecen siempre la denúncia más inmisericorde, vale como si estos no se hubieran cometido. Pedir disculpas en política está considerado como un desprestigio y puede llegar a ser el final de quien se responsabilice de la equivocación. No se contemplan ni la rendición ni el entreguismo.
El riesgo que comporta empecinarse en esa práctica está comenzando a erosionar gravemente la credibilidad ciudadana de la política. La gravedad de esas malas practicas políticas, como son la compra de votos, el nepotismo, el enchufismo, las recalificaciones urbanísticas, el cobro de comisiones, el trafico de influencias, el control político de los organismos judiciales, periodísticos, empresariales, y la corrupción. Sin olvidar los delirios de grandeza que sufre siempre un mal gobernante, convertirán nuestra Democracia en una pudrición.
Y así será hasta que los gentiles tengan conciencia de su fuerza y se rebelen, y aún así, incluso después de haberse rebelado, no serán conscientes.
Ramix
En los carteles de propaganda muestran lo mejor que tienen, quieren que esa sea la imagen que miremos con buenos ojos. Los partidos dicen que nos ofrecen al mejor, una especie de néctar destilado entre los miembros de elite, extraído de los mejores colegios, de la mejor enseñanza. Son una garantía de que con ellos nada puede fallar. Ese será su gran número uno, el que nunca se equivoca, en aquel que se invierten todos los anhelos y esperanzas. Como si de un héroe de la antigua Grecia se tratara, lo elevan a una posición social equidistante entre Dios y los hombres.
Con sólo mostrarnos la fotografía, que no es garantía de nada, quieren convencernos de su magnificencia y cualidades, pero les molesta e inquieta que pensemos en su gestión y cuando se les pide el débito, o bien no lo dan, o en el peor de los caos intentan embaucarnos con un discurso aleccionador y vacío que puede volverse, si no se anda con ojo contra el ciudadano, al que patearán verbalmente si inquiere responsabilidades políticas.
Por esa razón no asumen sus equivocaciones, porque si alguien comienza a hacerlo, que es una forma higiénica de hacer política, y resulta normal en algunas democracias, el pueblo soberano adquiere una peligrosa conciencia de lo que en realidad significa la frase de “al servicio del pueblo”, más aún cuando se empeñan denodadamente en esconder con montañas de palabras, muchas veces sin sentido, la realidad de estar gestionando una propiedad empresarial.
Parece ser que el no reconocer los errores políticos propios, los ajenos se merecen siempre la denúncia más inmisericorde, vale como si estos no se hubieran cometido. Pedir disculpas en política está considerado como un desprestigio y puede llegar a ser el final de quien se responsabilice de la equivocación. No se contemplan ni la rendición ni el entreguismo.
El riesgo que comporta empecinarse en esa práctica está comenzando a erosionar gravemente la credibilidad ciudadana de la política. La gravedad de esas malas practicas políticas, como son la compra de votos, el nepotismo, el enchufismo, las recalificaciones urbanísticas, el cobro de comisiones, el trafico de influencias, el control político de los organismos judiciales, periodísticos, empresariales, y la corrupción. Sin olvidar los delirios de grandeza que sufre siempre un mal gobernante, convertirán nuestra Democracia en una pudrición.
Y así será hasta que los gentiles tengan conciencia de su fuerza y se rebelen, y aún así, incluso después de haberse rebelado, no serán conscientes.
Ramix
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