dijous, 30 de novembre del 2006

REGISTROS DE LA MEMÓRIA


Nuestra experiencia vital, es decir aquellas situaciones vividas que para nosotros resultan especiales, como son las situaciones peligrosas, los contextos desacostumbrados, los escenarios nuevos, enfin, todas aquellas vivencias que no nos resultan cotidianas, costumbristas o modifican de alguna manera nuestro entorno, van constituyendo la base caracteriológica de nuestra personalidad con unos elementos que denominamos registros lógicos que no son otra cosa que los componentes con los que se forma el substrato de nuestro Yo.
Los registros lógicos, que en lenguaje actual se denominarian gravaciones, y no es otra cosa que la experiencia, se erigen en la base de datos desde la cual nuestra mente se alimenta permanentemente para la toma de decisiones, para nuestro comportamiento, para intuir, para pensar, etc, etc.
Esos registros lógicos, producidos por una experiencia que podríamos llamar traumàtica, lo contrario no nos hubiese dejado huella, no son archivos aislados, que funcionan de manera independiente desde el acervo experimental, como si tuviesen solamente el uso y aplicación exclusiva para aquella situación que lo creó. Por el contrario tienen la facultat de poderse extrapolar y aplicarse sobre una amplia gama de contextos, escenarios y realidades mas generalistas que la razón nos presenta como un modelo sobre el que se puede aplicar aquel conocimiento aprendido.
¿Pero cómo se constituye el "Yo"?. ¿Cómo llegamos a ser lo que somos?. ¿Es modificable la personalidad?.
Desde la más tierna infancia, aquella en la que nuestro centro rector está evolucionando desde la bios gestacional, los registros lógicos provenientes de un entorno exterior muy rudimentarios todavia, comienzan a impresionar nuestro regulador cerebral produciendo los primeros caracteres distintivos de la persona que seremos. Los registros en esa temprana época nos llegan a través de los sentidos, és el "aprendizaje" más simple y más puro que tendremos nunca del entorno. De la vista nos llega el color y el movimiento, del oido la armonía, del tacto su textura, y del gusto su identidad.
Un sentido del que estamos dotados y perderemos su cognición con la edad, es el feromonal, que en esa época nos facilita el aprendizaje de muchas de las cosas que se ubican en el primer substrato caracteriológico de la persona y que usaremos, sin tener conocimiento de ello, durante toda la vida.
Descubierto ese entorno inmediato, pasamos a descubrir otros en estadios sucesivos y adquiriendo de cada uno esos registros de los que estamos hablando. Cuando adquirimos la edad escolar el aprendizaje es inducido, forzado, se trata de asimilar la evolución de la humanidad, de los otros hombres que nos precedieron, siguiendo unas reglas de uniformidad que se pretenden y aplican como si fueran válidas para hacerlas extensivas a todos los niños. Cuando llegamos a ese estadio ya disponemos de una entidad formada y personalizada, algo así como el queso tierno de Burgos, que tiene forma pero muy poco sabor, aunque siempre hay quesos que estan algo más duros que llevan registros más especializados, en función siempre de la experiencia vital acumulada.
La acumulación de nuevos registros inevitablemente nos cambia, nos forma, nos define. Una trayectoria larga de experiencias nos llenará y los nuevos aportes no producirán en nuestra personalidad aquellos cambios tan manifiestos, tan señalados que experimentamos durante la niñez y la adolescencia, pero inevitablemente nos seguirán cambiando.
La perdida de la inocencia, la madurez, la laboriosidad, o la misma vitalidad, no se me ocurren ahora mismo más mitos existenciales, tienen una relación muy cercana con ese fenómeno de los registros.
Siempre, si queremos que así sea, estaremos acopiando registros. Siempre, si así nos lo proponemos, estaremos prosperando como personas.